Retablo de la Purísima Concepción (Elorrio)
- Templo: Iglesia de la Purísima Concepción (Elorrio)
- Ubicación: Altar Mayor
- Autor: Diego Martín de Arce (tracista), Juan de Munar y Juan Antonio de Ontañón (escultores) y Antonio Jiménez Echevarría (policromador)
- Promotor: Fábrica y patrón
- Cronología: siglo XVIII (1729-1752 escultura, 1754-1758 arquitectura, 1765-1767 policromía)
- Estilo: Barroco
Un excepcional retablo barroco presidido por un peculiar camarín transparente
Retablo interactivo, pulse sobre las imágenes para ampliar su información.
Iglesia:
En 1634 el historiador durangués Gonzalo de Otálora y Guissasa escribía que la iglesia de la Purísima Concepción de Elorrio era uno de los mejores edificios de Europa). Y es que el edificio es uno de los más significativos ejemplos de las iglesias vascas entre el gótico y el Renacimiento, caracterizadas porque todas sus naves son de la misma altura. Este tipo de templos, muy habituales en el País Vasco, se conocen con la expresión alemana hallenkirche (que significa “iglesia de salón”) y se inspiran en modelos de Centroeuropa..
Advocación:
La Purísima Concepción o Inmaculada Concepción es una creencia de la religión católica que establece que María fue la única persona nacida sin el pecado original. Este pecado se transmite desde Adán y Eva a todas las personas y sólo se elimina al ser bautizado, por lo que, teóricamente, ninguna persona nacida antes de que se estableciera el sacramento del bautismo podría estar libre de él. Sin embargo, la Iglesia Católica considera que Dios quiso crear a María libre de este pecado para que pudiera ser Madre de Cristo. Este tema tan complejo se ha representado a lo largo de la historia de manera simbólica. En esta iglesia de Elorrio María aparece rodeada de rayos de sol, sobre la luna y acompañada de un árbol que recuerda el pecado original que cometieron Adán y Eva en el Paraíso al desobedecer a Dios y comer el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal.
Descripción:
El retablo de la Purísima Concepción se completa con los retablos laterales de San Miguel y San Pedro, lo que aumenta la grandiosidad del conjunto y hace que el mueble rebase visualmente los límites impuestos por el ábside. Es un retablo de cascarón, perfectamente adaptado a la forma de la capilla mayor de la iglesia. La parte baja está presidida por un sagrario en forma de templete o tabernáculo, custodiado por pequeñas esculturas de ángeles. Sobre él está la imagen principal, la Inmaculada Concepción, en un camarín transparente que deja pasar la luz natural. Este recurso es muy poco habitual en los retablos vizcaínos y aporta un efecto teatral, destacando la escultura de la Virgen rodeada de ángeles sobre el fondo de vidrieras emplomadas que representan un cielo cuajado de nubes y querubines. Acompañan a María una corte de ángeles, algunos arrodillados y otros en actitud de vuelo, y la representación del Espíritu Santo en forma de paloma. A ambos lados del retablo aparecen los padres de la Virgen, San Joaquín y Santa Ana.
En el cascarón, encima de la titular, se encuentra la imagen de San Juan Bautista y, sobre él, la representación de Dios Padre. El retablo se completa con esculturas de apóstoles, ángeles y arcángeles y elementos decorativos como arquitecturas, columnas retorcidas (llamadas salomónicas), rocallas, cestas con frutas, símbolos solares, bustos masculinos y femeninos… y símbolos como el árbol, la torre, la iglesia, la palmera y el pozo, representados en los relieves del zócalo. Éstos son alusiones a las letanías, unas frases poéticas de alabanza a la Virgen que suelen rezarse después del rosario.
Toda la arquitectura del retablo aparece dorada: para ello se emplearon 285.000 láminas o panes de oro y 2.500 de plata, haciendo de éste uno de los retablos más vistosos del barroco vizcaíno.
Historia:
La historia de este retablo es larga y compleja. Comenzó a construirse en la centuria de 1600, pero la falta de recursos económicos hizo que en esta época sólo pudiera realizarse la imagen principal, dedicada a la Purísima Concepción. El dinero necesario para llevar a cabo la obra fue llegando muy poco a poco, gracias a los vecinos de Elorrio establecidos en Cádiz y, sobre todo, en las Américas: muchos de los donativos vendrían desde Lima, Potosí, Tucumán, Arequipa, Cartagena de Indias… Sin embargo, los trabajos tuvieron que detenerse en varias ocasiones. La parte baja del retablo se terminó en 1719, pero el camarín donde se encuentra la imagen principal no se construyó hasta 1728. Para entonces habían intervenido artistas como Martín de Olaizola, Alberto de Churriguera, Sebastián de Lecuona o Juan Antonio de Ontañón. Desde 1729 y hasta 1752 se los escultores Juan de Munar y Juan Antonio de Ontañón, ambos cántabros pero el primero vecino de Elorrio, tallaron parte de las esculturas. Pero el retablo seguía sin terminarse. Finalmente, en 1754 el arquitecto Diego Martínez de Arce hizo un nuevo proyecto o traza, que sería realizada entre 1754 y 1758 por el también arquitecto Silvestre Soria. Del retablo anterior sólo se conservaron las esculturas y las columnas salomónicas, cambiando por completo el aspecto de la arquitectura. La obra se terminaría en 1765-1767 con la pintura de Antonio Jiménez Echevarría, maestro dorador vecino de Arrasate (Gipuzkoa)..
Imaginería:
Inmaculada Concepción.
Esta escultura representa a María según la visión que se relata en el Apocalipsis, el último libro de la Biblia: rodeada de un aro de rayos dorados y con la luna debajo de sus pies, alusión a su castidad y al triunfo cristiano sobre el turco a partir de la batalla de Lepanto.
Tiene las manos juntas y la mirada baja, en señal de recogimiento y humildad. El ropaje, sobre todo la capa azul (símbolo del Cielo), destaca por los gruesos plegados de la tela, un tanto rígidos. La policromía contribuye a dar a esta imagen una expresión dulce. Es la escultura más antigua del retablo, y fue realizada en la centuria del 1600.
San Juan Bautista.
Según los evangelios, Juan el Bautista realizó su misión a comienzos de la era cristiana, en el río Jordán, donde bautizaba a los que buscaban la conversión. Por eso en esta escultura se le representa en un entorno con árboles, sobre el río que parece derramarse, rebosando la arquitectura del retablo. En las escrituras se le describe como un ermitaño que vivía en el desierto y se cubría con pieles de camello; aquí aparece semidesnudo y cubierto de pieles, acompañado de un cordero, símbolo de Cristo, y un bastón de caña en forma de cruz, donde puede leerse en latín “He aquí el cordero de Dios”.
Aparece, además, con el dedo en alto, en actitud de señalar a Jesús de Nazaret como el Hijo de Dios, ya que es para la tradición cristiana el último profeta que anunció la llegada del Mesías. Es obra de Juan Antonio de Ontañón.
Padre Eterno.
Dios Padre es representado en lo alto del retablo como un hombre anciano de larga barba gris, que lleva en su mano izquierda una esfera con una cruz, símbolo del triunfo del cristianismo en el mundo. Lo acompaña una corte de ángeles, que le miran, y tras de él aparecen gran cantidad de rayos dorados, símbolo de su poder.
Aparece coronado por un triángulo, símbolo de la Trinidad. Destaca la expresión de su rostro, así como el colorido de la ropa y el trabajo de talla de los pliegues de la capa y la túnica. Es obra de Juan Antonio de Ontañón.
San Felipe
Felipe fue, según los evangelios, uno de los doce apóstoles que acompañaron a Jesús de Nazaret. La tradición cuenta que fue martirizado y crucificado en Hierápolis (en la actual Turquía). Por eso, el santo suele ser representado llevando una cruz.
Seguramente así era esta imagen, porque la posición de sus manos indica que, en origen, sujetaba un objeto de gran tamaño que hoy se ha perdido. Es obra de Juan Antonio de Ontañón.
Santiago el Mayor
Santiago, hijo de Zebedeo, fue, junto con su hermano Juan, uno de los doce apóstoles que, según los evangelios, acompañaron a Jesús de Nazaret. Se le conoce como Santiago el Mayor para diferenciarlo de otro apóstol, hijo de Alfeo, al que se llama Santiago el Menor. Según una tradición medieval, su cuerpo se encuentra enterrado en Iria Flavia (Compostela), lo que dio origen a las peregrinaciones a su tumba y al Camino de Santiago.
Por eso, aquí está representado con las ropas de los peregrinos, una concha de vieira sobre el pecho, un bastón o báculo en la mano derecha y un libro cerrado en la izquierda. La policromía a base de marrones se ilumina con toques de dorado y motivos vegetales en el borde de la túnica. Es obra de Juan Antonio de Ontañón.
San Juan Evangelista
Según los evangelios, Juan fue uno de los doce apóstoles. Siendo muy joven, él y su hermano Santiago fueron llamados por Jesús para ser sus discípulos. Por eso se le representa sin barba, como un hombre de corta edad. Aquí aparece con una actitud dramática, llevándose una mano al pecho y dirigiendo al cielo la cabeza y la mirada. Se quiere indicar así la inspiración divina que recibió para escribir su evangelio.
Destaca la rica policromía de su túnica y su manto, decorados con motivos vegetales y enriquecidos con tonos dorados. Es obra de Juan Antonio de Ontañón.
Santiago el Menor
Santiago, hijo de Alfeo, fue uno de los doce apóstoles que, según los evangelios, acompañaron a Jesús de Nazaret. Se le conoce como Santiago el Menor para diferenciarlo de otro apóstol, hijo de Zebedeo, al que se llama Santiago el Mayor. Según la tradición, el sacerdote judío Ananías ordenó que le apedrearan junto al templo de Jerusalén, para evitar que predicara el evangelio. Como tardaba en morir, fue golpeado en la cabeza con una maza, motivo por el que aquí aparece representado llevando un gran palo en su mano derecha.
En la izquierda lleva un libro que lo identifica como apóstol. Es obra de Juan Antonio de Ontañón.
San Mateo
Mateo fue uno de los doce apóstoles que acompañaron a Jesús de Nazaret. Se le considera, además, autor de uno de los cuatro evangelios que la Iglesia Católica reconoce como verdaderos y directamente inspirados por Dios. Por eso aquí se le representa con un libro en su mano izquierda. En la derecha lleva un hacha que hace alusión a su martirio ya que, según la tradición, murió decapitado.
Destaca la importancia que toma en esta imagen el dorado de los bordes de las telas y detalles. Es obra de Juan Antonio de Ontañón.
San Bartolomé
Según los evangelios, Bartolomé fue uno de los doce apóstoles que acompañaron a Jesús de Nazaret. La tradición cuenta que fue martirizado en Armenia, donde el rey quiso obligarle a renunciar al cristianismo. Ante la negativa del santo, ordenó que se le arrancara la piel hasta que muriese. Por eso lleva un cuchillo, símbolo de su martirio, en la mano derecha, mientras que en la izquierda sostiene un libro que lo identifica como apóstol.
Llama la atención el dorado que aparece en los bordes de su túnica y su manto, así como la expresión de su rostro, reforzada por la policromía. Es obra de Juan Antonio de Ontañón.
Arcángel San Rafael
Rafael es uno de los cuatro arcángeles citados en la Biblia. Su nombre significa “Dios sana”, y por eso aquí se le representa llevando un pez, con cuya hiel ayudó a Tobías a curar la ceguera de su suegro.
En su mano izquierda sostiene un bastón, en referencia a su condición de caminante y a que es –junto con San Cristóbal, San Roque y Santiago– uno de los patrones de los peregrinos. Llama la atención el colorido de sus ropajes y sus alas –típicamente barrocas–, así como el movimiento de los pliegues de su túnica y de la banda que le cruza el pecho. Es obra de Juan de Munar.
Ángel de la Guarda
Ángel protector que, según la tradición, tienen todos los cristianos desde que son bautizados. Por eso aquí se le representa acompañando a un niño, al que protege de los peligros de la vida.
Llama la atención el colorido de sus ropajes y sus alas, así como el movimiento de los pliegues de su túnica y de la banda que le cruza el pecho. Es obra de Juan de Munar.
San Joaquín
Joaquín era el padre de la Virgen María y, por tanto, abuelo de Jesús. La leyenda cuenta que concibió a su hija al abrazar a Ana, su mujer, junto a la Puerta Dorada de Jerusalén, sin que hubiera entre ellos contacto carnal. Por eso se le suele representar junto a imágenes de la Inmaculada Concepción, como en este caso, en que aparece en lo alto del retablo. Para indicar que era un hombre piadoso, aparece con la mano derecha en el pecho y leyendo el libro que sujeta con su mano izquierda.
Llama la atención el dorado de los bordes de las telas y los detalles de sus ropas. También destaca el rostro, con unos ojos rasgados que dan a la escultura un aspecto oriental, característicos de las obras de Juan de Munar.
Santa Ana
Ana era la madre de la Virgen María y, por tanto, abuela de Jesús. La leyenda cuenta que concibió a su hija al abrazar a su marido, Joaquín, junto a la Puerta Dorada de Jerusalén, sin que hubiera entre ellos contacto carnal. Por eso se le suele representar junto a imágenes de la Inmaculada Concepción, como en este caso, en que aparece en lo alto del retablo. Para indicar que era una mujer piadosa se le representa con la cabeza cubierta y leyendo del libro que sujeta en su mano derecha.
Llama la atención el dorado de los bordes de las telas y los detalles como botones o encajes en sus ropas. Es obra de Juan de Munar.